Esta vez
ya no hablaré
de las mitades que se menean solas,
como pataleando el auxilio
en las aguas de un dios bíblico sulfurado.
Me limitaré a relatar que comprobé la existencia
de los confines medievales de la Tierra
en mis nudillos:
uno por cada agosto repitiéndose sin fin.
Mi nombre es silencio y es semilla desierta.
No son necesarios sus aplausos.
Siempre supe que iba a parar
aquí.
Ocupo mi sitio en este barco, gracias a todos:
tengo la impresión de conocerlos y amarlos tanto
que ya realmente no me importa
dónde termina este viaje.
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