Tu lengua es un dátil en la medianía de mi desierto.
Alabado sea tu nombre
porque nunca más creeré en la desgracia.
Y no habrá soledad futura
si tejo los vestigios de la pasión
en mi vestido de noche tierna.
Tus ojos son el vaso divino desde donde mi alma veo.
Alabada sea tu alta llama
porque nunca más olvidaré mi origen
si toco los címbalos de tu espíritu
y converso con Dios al pensar en tu beso.
Tus manos son el legado de los sabios donde mi mente recojo.
Alabados sean tus dedos
haciendo el solfeo del universo:
hay música en el otrora lugar del aciago silencio.
Escribiré otro poema
para dar fe de los divinos morfemas
que encantan la leche azul de la noche.
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