Si me lo permites, violinista,
astrónomo, ensayista extranjero en mi desierto,
quisiera confesarte que te quiero.
No por el miedo infundado tan tuyo
de vivir engarzados a un destino imaginario
contemplando los millones y un soles
tomados de la mano,
sino por la dádiva que me darás
enmedio de la oscuridad de mi noche perdida y olvidada
eones de mujer atrás,
de brillar una mañana feliz
y engañarme a mí misma por un día
que el tiempo ha sido amante conmigo
y yo lo he perdonado y amado
y hasta llegar a creer
que al fin he sido más que arcilla rechazada y pensante,
porque me palpitará mi verdarero nombre.
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