Puedo leer la palma de tu mano izquierda,
la misma con la que terminarás de escribir el dibujo del pez ón
el día que te vuelvas astronauta de la periferia de mi cuerpo;
la doble de aquella otra que me dejará triste
en una noche de septiembre escondida en alguna parte.
Puedo palpar la letra de tu mano derecha,
la que me dará de beber agua y saliva
un día cualquiera, en una hora veinticinco,
a millones de años luz de los asteroides de la tristeza;
la gemela de esa otra que no sabrá decir que no
porque la lengua ya es otra.
Puedo adivinar el peso de la masa de tu estrella lejana y dolorosa,
la doliente en tiempos de sumergir los dedos
en la virtuosidad de otros mares,
la coronada de los espines de mi atenta espera aletargada.
Y es tal la cifra que prefiero guardar silencio.
Puedo cambiarnos el tiempo.
Pero no sabría cómo decirte
que tengo el don de leerte tales suertes.
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