Y tu voz era tan suave,
címbalo divino emergiendo de una ciudad desnuda
de hambre y miedo.
Yo la vi nacer en los pechos álbeos del cielo,
yo vi precipitarse tu leche
en el cristal sucio de mi auto
[y en el absurdo de la tarde de domingo
besaste mi hastío
hasta moldearme a imagen y semejanza
de tu aleteo,
oh, milagro del desierto
saliva y beso de un dios que canta en la efe eme].
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