con la punta del mismo lápiz con el que te escribo,
pecho cama, horas largas sin dormir
y una danza de telas vaporosas
naranjas, fresas, ciruelas, un cuento interminable
en el jardín de mi cuarto.
Entonar un himno amarillo porque sí,
porque el tedio lleva mucho tiempo
y es momento de percibir el perfume original
de los días divinos.
Robarle el amarillo a la flor amante del astro rey,
pintar con él las jacarandas abandonadas de las ancianas tristes
y de las mujeres oficinistas.
Lavar los pétalos de las flores
una a una, con el sol de una auténtica mañana
de verano
y dejar de pensar en aquello
que mis hermanos tientan con el día.
Danzar la angustia hasta purificarla,
volverse neón para desquiciar las sandías
y las ciruelas y las uvas y las lentejuelas de la mañana.
Agarrar unas moscas y transmutarlas:
zafiros para los pobres, pase por su dotación en el jacal de chocolate.
Escribir una tontería
-como ésta-
y no pensar en la consecuencia fáctica
si no en una sonrisa luminosa
capaz de abrir otro mundo per sé.
A los amores de mi tierra.
En el día sin tiempo.
En el día sin tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario