Despierta, mamá,
es hora de ordenar la biblioteca
las ropas cansadas,
los discos sin oír,
esa gota de leche en la guirnalda
de una navidad que no dejó soñar
ni dormir.
Las estrellas de betún de la cocina,
las galletas de oporto
para dormir princesas en la bañera,
un sapito de metal para mimetizar la lengua.
Las llantas de la bicicleta del furor
que no volvieron a andar después de aquel abril.
Los barbitúricos escondidos en el suavizante,
las ásperas toallas con el olor a ese día perfecto.
Despierta, mamá,
es hora de ordenar la biblioteca.
Tomas tú la A y yo te sigo hasta la R
de rosa de los vientos.
Luego, nos cansamos al mismo tiempo,
quebramos los mandalas incompletos,
rebautizamos a monoteístas y sabios y a viejos,
restregamos nuestro silencio en el fregadero
sin trastes sucios por lavar
(cuidando que el agua de cabellos vírgenes
los púbicos y los muertos
caiga
hasta aplastarnos el tedio).
viernes, 15 de julio de 2011
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