Dicen que estoy enferma.
El gastroenterólogo gastritis aguda me detectará.
Desde los doce años la padezco, le diré.
Y el blanco rancio del consultorio guardará
el secreto que llevo cargando conmigo,
sucralfato y ranitidina en las manos:
no me duele nada en tres de,
es mal de amores, lo que yo siempre siento.
No se trata de nombre particular, lo sé.
Simplemente es que veo y veo
y todo es un aparador
con sus ojos ya vendidos, comprados
o apartados a noventa y seis meses sin intereses.
Mal de amor, doctor,
en pleno siglo veintiuno la soledad aún enferma.
Mal de amor, doctor,
no melenas.
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