El origen estaba en oriente.
Todos fuimos a reencontrarnos
unos rezaban credos olvidados
otros trazábamos nuevas formas
-flores de loto, peces de agua fría,
yerbas para un sueño claro-
con las letras de un recién aprendido abecedario.
Entonces las estrellas nos bendecían
con la promesa del aroma del siguiente amanecer.
Entonces las flores nos vestían
adecuadamente para recibir la noche.
Buscábamos sin descanso la luz
entre tanta niebla.
Sumergidos en un sueño muy profundo llamado
silencio
recuperábamos los vestigios de nuestros ancestros
en la primera capa de los dedos.
Pintábamos la consigna de no volver a la casa prestada
en tanto no recuperáramos
eso que nos fue arrebatado por el tiempo.
Construímos edificios de palabras,
repúblicas de fonemas y gestos.
Era un sueño intentar el viaje,
hasta el naufragio mismo por algunos litorales,
pantanos, oasis,
nos parecieron divinos.
Eso era el verdadero surrealismo,
imposible era aquella belleza propia olvidar.
lunes, 21 de noviembre de 2011
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