Señora que iguala
los cantos escondidos de las sílfides
entre las otoñales hojas,
los himnos de los delfines
alabando a Neptuno
con ayuda de las olas:
Cuando caminas, olvido que perdí la inocencia.
Viste la Tierra
con tu madera bermeja,
el marfil que resuena
resucitanto bandadas de tornasolados pájaros.
Haz que nunca el silencio
provocado por el rencor y la guerra
se expanda,
modifica a merced de tus melodías
la desazón imperante.
Vísteme a mí con los recuerdos
casi borrados
de una infancia agridulce
o la esperanza de los estudios
antes de vivirlos bajo el sol.
Oh, Señora
que a tus esclavos de noche mimas:
apártame de la sordera de maquinales tiempos
la monotonía de la humanidad
caminando en tandas sin rumbo.
Permíteme bailar junto a mi locura
a pesar de no seguir entendiendo
la etiqueta de los semidioses,
contigo los caleidoscopios hablan,
contigo, los astros me comprenden
y saben que la soledad es un ardid
para alabarte, divina,
para purificar mis manías
en medio del caos y la gente.
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