No sé si me duelen las manos
por dentro o por alguna parte del alma,
pero resulta que de un tiempo para acá
ya no puedo cargar las férreas mañanas,
ni arrastro con la gracia singular de antes
la amargura de abril.
Pero me duelen las manos,
los dedos.
Me duelen desde que nací hasta la otra punta del insondable universo,
las uñas azules,
el frío durmiendo en mi casa digital
que se va hasta muy entrado el sol.
Tengo miedo de no escribir más cuánto he amado todo
casi sin pensarlo.
Me entorpece la furia de saber
que quizá mi mano izquierda
no sepa un día contarle a la diestra
el dolor placentero que es jugar con el teclado,
la tersura del papel antes de ser pintado,
la temperatura del otro cuando me fundo en él.
Sí, eso es lo que me duele más
de que me duelan tanto las manos:
otro invierno se asoma,
otro hielo me dispara la carne en mil fragmentos:
mis manos saben gritar ya basta
y yo, necia, voy perdiendo el freno
de esta agridulce fiesta...
martes, 1 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario