Esta alegría de extrañarte
y saber que hay una almohada
entre los dos
acariciándose como un vestigio
de lo que en mí
resuena y fluye
tu cuerpo, su peso
ese danzar de hombre y pan
a la hora de despertarse
y de caminar con la luz del día por la plaza
Este orgullo de sentirme
tranquila
de haber alcanzado la paz
con la risa de los dos
en mis oídos
No la alienaría siquiera
por la fe en un nuevo mundo
porque, niño,
este mundo a esta hora sin hora
me parece escandalosamente perfecto.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
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