no importan los ecos
los surcos los rostros
los trucos
esta herida de cuchara hirviendo sobre mi mano
las palabras magras de la fecundidad
a mis treinta y uno
los autos dando brinquitos de egoísmo
por el asfalto.
Me amo.
Como la de los diecisiete vomitaría tal amor.
Me acaricio.
Como la de los veintitrés habría querido aprender.
Y acaricio las matemáticas de la concordia
su vestido
su ráfaga húmeda como mi herida luminosa.
No tengo una libreta exenta de errores
y por eso me dedico a construir una vitrina
para los próximos ejemplares
soy la mejor novelista
a nadie más se le habría ocurrido engendrar
los claroscuros de mis páginas.
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