Me invitas a comer chocolate
o castañas o frutos de palma.
Metiendo tu dedo a mi boca
y a mi oscuridad
comprendo el sabor de la vida
su ternura.
Su fragilidad y su danza espontánea.
Me vuelves a invitar
a degustar el todo
y entro a tu mundo
por la puerta de tu lengua.
Entonces la tierra no es tierra
ni el aire su virtud de viento
lleva ya ese nombre.
El todo se vuelve tú
y yo me siento a tu lado
en la montaña de tu amanecer.
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