viernes, 22 de agosto de 2014

XXV

Navaja de amor, tus manos
tallando en domingo
el rostro de mi mujer
comiendo agua salada y dulce
de tu boca.

Navaja de sol, tu sexo
tallando cada noche
la oquedad por donde respira
mi savia mezclada
con tu semen.

Dime por qué vienes
y me rajas y me hundes
herida a perpetuidad
húmeda a perpetuidad
si las horas y las zonas
de mi cuerpo se abren
hacia ti
como truenos escondiendo una ola.

Dime por qué vienes
y me escarbas el agua dulce
entre mis ojos
aunque tú ya no los veas
diez horas, cuatro días después
de entregarte mi alma
en un acto.

Dime por qué existes
y me fluyes y me hierves
y todo lo renombras con tu osadía
ya no es marfil, ahora es ciudad
ya no es espejo, es fuego y quema y nutre
y nace como yo mientras tu navaja
me va tallando.

Dime por qué me quieres
y me eliges y me tomas
por qué atraviesas mi dorso
perverso y angelical
con la daga de tu vientre.

Dime por qué la espera
veinticinco años girando
sobre tu propio eje
y luego yo y luego este grito
y luego mis manos al fuego
por ti, que vienes y me quitas
el sufrimiento y el miedo
tú que llegas y te vienes en mí
mostrándome tu hambre,
tú que te lanzas a este mar
y te ahogas y me reclamas con un beso
y no me vuelves la cara.

Tú que me amas
navaja de sol, navaja de cielo amante.

Dime por qué has de conocer
mi canto de ti necesitado.
Dime por qué siempre recuerdas
que te amo y te amo.


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