Lejana estaba la ciudad
su sonido de manta percudida bordeaba
los muslos de sus mujeres
siempre solas, siempre tristes
arengando al placer desde que amanecía.
Un suspiro de alfeñique la acercó
a los ojos de cada niño
que erguido despertaba su mente.
Entonces se volvieron animales,
luego carne perfumada, luego hombres.
Por la tarde fueron dioses
costado a costado de sus otros muslos.
Los de las mujeres tristes
que ahora caminan
como si la danza del sueño bordeara
el botón por donde se libera la risa.
Las mujeres de la ciudad
cuyo sonido es de una luz que no yerra.
Nunca más, el sol decrépito
en occidente.
lunes, 22 de septiembre de 2014
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