Se ama a la flor por ser flor
y no por su nombre
o el tiempo que dure su aroma,
del mismo modo que se adora
al sol por sus rayos
aún sin calcular su alcance.
Se ama al suelo por ser suelo,
al agua por ser agua,
al viento por traer el viento,
a la risa por sembrar la risa.
Se ama al tiempo por el regalo intangible
del florecimiento de la vida dentro de la vida
y no por la sensación de haber recorrido
un paso entre la inmensa hierba
del mismo modo en que se ama al amor
por el instante en que florece
permanece y alarga y empuja los otros días
más allá de todo lo que lo constriñe
muy cerca del beso en el corazón que lo libera.
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