domingo, 11 de enero de 2009

Día once

Intenté cantar
lo que no pude ser en toda la tarde:
acaso se me ahogaron los ojos
y un silencio cubrió la cama
como suele hacerlo en invierno
ocho centígrados de madrugada.

Hablé con las letras
que en mi buró estaban
grabé a lo que suenan
quiero sentir que me acompañan.

Nadé lejos, con mi ausencia por pijama
el cabello a la Robert Smith
(cada día me arrepiento más
de la tijera osada);

Me miré al espejo
calculé mi edad enfrente de la nada:
en el dos mil diecinueve tendré treinta y seis
espero poder decir
que en diez años
hice algo más que nada.

Miré los diarios
las bombas son regalos de la tiznada
pues sólo la tiznada mata
la humanidad buena entre ella se abraza.

Hay domingos que no salgo
para no ver
cómo se pasa el tiempo
en el acartonado lugar
de la eterna persignada.

O el carrito del HEB
que escuda a las mujeres veteranas
cuyos hombres dejan en la esquina
para conquistar pieles nuevas con sus panzas.

Hoy fue un día once cualquiera
acaso acrecentado con la magnitud de su ausencia
por eso grabé lo que sabría ese poema
por eso robo minutos
al día que entre mis manos
se desespera.

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