Son las doce con diez
y yo le lanzo coplas al olvido
rimas al desvarío
versos yámbicos extintos a granel
a horizontes lejanos y perdidos
a un sabor de triunfo merecido
por pasar días sin saber qué hacer.
Me gustaría en este momento
volverme tinta y lanzarme sobre la hoja
deslizarme de a poco hasta formar las notas
de una canción que me abra el pecho
y me devuelva ese no sé qué
que veía en ciertos ojos
que escuchaba en ciertas voces
que aguardaba para estallar libre y sin clichés.
Hay días que se me olvida
que mi nombre grabado está aquí en la Tierra
y me vuelvo ionósfera
para no recordar lo que no fue;
Y hay otros en los que quiero estirar las manos
abrir los ojos, depegar los labios
y gritar muy fuerte
que las mareas y las tormentas me aturden
pero que no moriré.
Hay días en los que la nostalgia se parece
a una galleta remojada en el café
me quedo con parlamentos
escribo historias sin textos
no me quedo con nada en la bolsa
los recuerdos los traigo en la piel.
Si la nostalgia no existiera
tal vez no sentiría esto que me ahoga por dentro
no quiero ver avanzar los días
porque el veinticinco es lo único cierto
como otros tantos días del calendario
en los que confluyen las energías:
alguien me habrá pensado en el calendario
me pasa todo el tiempo
me pisan los talones cuando su voz evoca mi cuerpo
me estruja el tiempo y yo zarandeo mis momentos
porque en el presente vivo
aunque no sé muy bien para qué.
Tengo la leve esperanza
de encontrarme con la inocencia parada
justo enfrente de mi ventana
con nombre de nube de papel.
La llamaré Altagracia
por parecerse a la infancia
la invitaré a que pase
para que me cuente cómo serán mis días
para saber cómo me fue.
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