El día que nos besamos
comprendí las palabras pureza y libertad.
Afuera, resguardada en mi carro
observé las estrellas
brillando en complicidad.
Era madrugada dominical.
El día que nos tocamos
saturé mis vértebras de tu imagen
y vibré como jamás
pudo vaticinarlo una pila de libros
la Biblia o el Magnificat,
los mantras hindúes o los caligramas perdidos.
Era húmedo septiembre.
Se me hizo vicio contar con la fuerza de tus labios.
Se me hizo vicio gritar hasta olvidar
este mundo absurdo sin lugar para mi nombre.
Es enero dos mil doce
se me ha hecho vicio esperar otra vez tu voz.
martes, 10 de enero de 2012
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