domingo, 21 de septiembre de 2008

Estívalis

Esperando
que regreses pronto, Verano.
Gracias por traerme
los tres regalos más hermosos
en mucho, mucho tiempo.
Marlén

Tu nombre es como el agua que va corriendo a contraluz, la misma que persigo para no perderme entre la nada de las horas que no existen y en los cantos de tu caprichosa lluvia que a veces se vuelve eterna en mi ventana. Es el equivalente a la euforia enmedio de los sauces llorones y las tórtolas que se quejan con el sonido de un otoño anunciado, pero que es vencido con tu presencia. Tu nombre es la permanencia de la sonrisa en los niños que corren detrás de un balón de colores, un rehilete, un papalote o una burbuja de jabón, mientras estiran los minutos para que tu mano se quede en sus frentes sudorosas y en su boca con olor a chicle y algodón de azúcar pintado de los colores que solo tus arco iris pueden superar. Tu nombre es el beso intenso de quienes se reconocen frente al otro y se juran amor eterno. Es igual a escuchar el parloteo de los grillos que en el estanque y en las afueras de las casas juegan a ser sinfónica, violín y trompeta, piano y címbalo.

Por ti, los pétalos de tus flores cantan una canción que atrae a mariposas y colibríes, que avanzan presurosos hacia ellas para dar un último suspiro con la misma vehemencia de los amantes que se miran y se tocan antes de partir. Por ti, las nubes se tiñen de un carmesí que semeja las uvas inmoladas en vino dulce, óleo que un dios pintor ungió en la piel de Celeste, su eterna musa, oración extendida para que nos sepamos vivos en esta tierra del no volver. Por ti, las luciérnagas brillan intensamente, como queriéndole ganar la batalla perenne a sus enemigas, las engreídas estrellas, que se saben hermosas y refulgen más cuando tú estás presente. Por ti, los campos mantienen el verdor que la Reina del Amanecer esparció al peinar sus cabellos y te lo ofrecen impúdicos, para que nunca los dejes en el olvido del invierno, para que se borre la posibilidad de fenecer. Por ti, el Sol se cree una naranja jugosa, y en premeditada seducción, te ofrece la danza de los siete velos, despojándose de su piel y dispersándola por selvas, campiñas, bosques y desiertos, quienes rendidos ante sus encantos palpitan sus suelos y a todo ser viviente en ellos. Por ti, los machos redoblan esfuerzos y reafirman su valía frente a las hembras que les saben suyos, pero que admiran el espectáculo del dominio y la sumisión que ven perplejas, como si fuera la vez primera, como si nunca hubieran presenciado algo así.

Eres lo más cercano a estar vivo y sin miedos, y quizá por eso, los suicidas se detienen y se rinden ante tus muslos que expiden un olor a nardos cuando corres libre por las calles, anunciando tu esplendor y el líquido cristalino que brota de tus labios: esperanza del arriero, estupor del marinero enmedio de tus impulsos vueltos aguas saladas en espiral, melancolía dulce del intelectual, frenesí del joven que nada lo espera y en la nada se vuelve a sentar. Eres lo más cercano a ser feliz, y por eso, los infelices amargados huyen a la otra mitad de este globo azulado, buscando el aciago blanco de un horizonte sumido en la nieve y el gélido abrazo invernal. Eres lo más cercano a la descripción de una tarde prístina y sensual, que aguarda en el sigilo de sus faldas a la Luna Llena para regalar sus besos a quienes sepan hallarla debajo de la noche que arriba embriagada. Eres el aire tibio que impulsa cada promesa que tu antecesora dejó en el vientre de la Tierra, en su corazón y en su andar.

Consciente estoy del dorado de tus trigales que solo emergen cuando te encuentras, Señora mía. Como lo estoy de tu temporal estadía en esta mitad que sólo comparte un círculo polar y una dormida aurora boreal (porque el otro círculo y su aurora están dormidos en el añil de tu pareja, a la que hace siglos no encuentras y con quien probablemente nunca te unirás más). Consciente estoy que mi flor favorita, el girasol, encuentra en su núcleo la existencia del Phi cuando tú estás con ella, y que a tu partida, ella contigo se irá.

Y por eso, yo no hago mas que repetir una y otra vez tu nombre, al tiempo que lo grabo en la arena que delinea los mares turquesas de olas juguetonas, el mismo tiempo que emplearán la fotosíntesis de los árboles selváticos, las biznagas majestuosas de la zona del silencio y los cipreses altivos y serenos, iguales todos al dios que te engendró, Reina del Verano, granada en flor: Estívalis, Estívalis, Estívalis.

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