sábado, 6 de septiembre de 2008

Digamos que...

Digamos que esta noche fui
la arena incómoda en los ojos
el reflujo de las ideas no digeridas
la sensación de no pasar inadvertida
por mis vecinos enfrascados
en añejos, recuerdos y cantinas
de vuelta al lugar de siempre
a correr las cortinas
para evitar la presencia de este día.

Digamos que esta noche fui
la reflexión no escuchada de lo que he sido
la justificación de pensamientos proferidos
hirientes, tajantes, muy a mi estilo.

Digamos que esta noche pensé
que tenía ganas de mandar al cuerno
a los imbéciles que me dicen lo kitch que soy por dentro
mandarme a la fregada a mí misma
reinventarme de lo impensado
de creerme electrones y no paisaje ni excusado.

Digamos que esta noche veneré
al sol nipón que no me ha mirado
recordé algún propósito olvidado:
ser yo, le pese a quien le pese
incluso a mi viejo carácter de soldado.

Digamos que otra vez he llegado
a la conclusión de que el índigo es mejor
para entablar la conversación
que generalmente en el día no entablo.

Digamos que deseo tender el cuerpo
pero el día se presta a todo
menos a ser desperdiciado.

Quiero oler libertad entre los resquicios
en los agujeritos del microcosmos de mi existencia
quiero dejar de pensar en la indolencia
que atrapa a jóvenes y viejos
y los maltrata con indecencia.

Quiero no ser parte de mi yo petulante
ni del sumiso ni del ajeno a todo
quiero simplemente pensar con mi bipolaridad existencialista a cuestas
y dejar que lo demás
pase de lado.

Esta noche me sirvió de algo:
digamos que entendí que no tuve la culpa de muchas cosas
excepto de haberlo así creído
de haberlo aceptado.

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