jueves, 7 de agosto de 2008

Y si...

Y si de vez en cuando uno se topara con noticias buenas en la tele o en los diarios, el mundo dejaría de ser un caos inventado por unos momentos –se dijo el jubilado que paseaba por la calle de Victoria, frente al cine que ya no es como antes, no por su remodelación, sino porque le falta ella-. Me daría cuenta que las flores siguen oliendo a lo mismo cuando era pequeño, que las abejas necesitan estar en 40 de ellas para hacer una gota de miel, que el tren sigue pasando ruidoso a tres cuadras de mi casa y que doña Cuquita no murió, está, igual que Pedro Infante, en nuestros corazones.

Los obesos se sentirían menos oprimidos por serlo, las madres sobreprotectoras tendrían tiempo para disfrutar ver crecer a sus hijos, los hombres de negocios les dedicarían un día de su vida a los que no tienen… porque finalmente, en este mundo, lo que llega se va y como se va, regresa, en otra forma, en otro estado.

Probablemente los noticiarios caerían en la ruina, y los periódicos amarillistas venderían su alma al Creador, de vuelta al lugar de la Verdad (nadie nunca entendió que la Verdad no existía en sus ocho sangrientas columnas, sino en la capacidad de saber que el mundo es uno mismo, y que hay millones de mundos con quienes uno debe mantener la cordialidad).

Los locos sanarían por completo: se descubriría que los esquizofrénicos son los conectores entre este mundo y el cosmos, y que los bipolares son los herederos de la magia de Van Gogh, Chopin y otros tantos estigmatizados. Podrían decirle a su doctor "¿Quién es el loco, después de todo?". Y mandarían a la fregada el alprazolam, el lexapro que me mantiene a raya y el tafil que ella tomaba para conciliar el sueño.

Si de vez en cuando uno oyera noticias agradables, la adrenalina por vivir de nuevo aumentaría, las copulaciones entre la gente de todas las edades –incluyéndome- serían el pan de cada día, la unión de los sexos dejaría de ser tema enfermizo, como el sida o la pornografía, y se trocaría en lo que es, lo más sublime del amor entre un hombre y una mujer (o dos hombres o dos mujeres, los tabúes humanos son aberrantes).

Si de vez en cuando uno leyera buenas noticias, mi amigo Efraín no habría muerto de diabetes (decían los viejos de antaño que los diabéticos lloraban por la ausencia de azúcar en la vida: tanto así era importante para ellos el vivirla de verdad).

Si de vez en cuando esto pasara, yo no caminaría por esta ciudad bombardeada por las ansias del progreso económico, ése al que todos apostamos y nadie quiere ver que nunca habremos de alcanzarlo mientras los egoísmos individuales continúen: minar una energía como lo es el dinero es igual a minar tu derecho a ser feliz por el simple hecho de haber nacido en un valle que no siempre es de lágrimas de sal.

Si no, pregúntenme lo que brotó de mis ojos la primera vez que estuve con ella; cuando vi nacer a Azucena; cuando tocó mi dedo con su mano entera Héctor, mi único nieto.

Si las noticias transmitidas en los medios de vez en cuando (y sólo de vez en cuando, no pido tanto) fueran buenas, agradables, pasajeras pero dulces, digamos que hasta con la vida lisonjeras, el mundo no se sentiría tan muerto.

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