Hay una estrella polar azul refulgente
con sus cinco puntas apuntan el corazón de quien las mira.
Hay una estrella polar en el pedazo de cielo de este contiente
debió perder el rumbo o quizá decidió alumbrar de manera repentina.
Hay una estrella polar que observa los ojos de quienes no podemos dormir
a quienes nos ha acogido para protegernos y alegrarnos la vida.
Sembrando luz en el oscuro tramo de un beso sin retorno
promesa de quien sabe que la soledad es la guarida efímera del deseo a flor de piel
siempre hay una canasta sideral de besos para quienes los quieran recoger
y pegárselos en la frente
-como las estrellas del jardín de niños-
en las manos
-como el beso del caballero atemporal-
en los labios
-como sello de cartas de antaño-
en el cuerpo
-como el impermeable enmedio de un chubasco
y en el alma
-como el exorcismo de nuestras penas, la puerta a la vida libre y sagrada-.
Hay una estrella polar azulácea que se tiñe
de rosa
cada vez que alguien la mira por su ventana.
Hay una estrella polar que canta noche y día
la música de las esferas
cuando los hombres ensimismados miran el azul silencioso
que los envuelve.
Oh, bendita estrella polar
muéstranos, pues, la manera de agradecerte la nueva vida.
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