miércoles, 27 de abril de 2011

Veintisiete de abril (La última balada)

El día que supe que me iría para siempre,
diecinueve de diciembre,
fue el día que comencé
a engordar más de quince kilos.
Vino después la lluvia, veinticinco de octubre,
la paz del desierto,
el año uno galleta,
los cuarenta grados de luz abierta
y la inercia de los días.
Se fueron los pétalos de las orquídeas,
siete de agosto,
mi ramo quedó desnudo de su frescura,
dos mil uno.
Chagall en tus manos
se marchitó junto a esa carta
donde te di el corazón.
He pasado por montañas y túneles,
vida mía.
Tengo ahora la delgadez de mi carne triste,
amor entero que dios me negó,
todos estos diez años:
Nunca te vi llover amor en mis pestañas,
jamás fuiste beso ni promesa de alba
en mi carne morena.
A mí me inundan ya solo en sueños
los peces en el vientre vacío
de niños y casas y vidas sosegadas.
Amándote, dejé tu camino limpio de piedras
y a tu cielo le regalé las estrellas
que me faltan esta noche,
al velar a la esperanza.
Tu amor vuela lejos a otro altar,
tu no amor deja vacía mi alma.
El día amanece
y lo recibo al escribir
el punto final
de la balada que bailé diez años,
siempre sola, siempre de ti enamorada.

Para Alonso E. De Alba R.
por la breve y dulce canción que viví

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