He venido para inundarte con mis palabras
el aire suave que nos brinda la tierra.
Y pedir permiso para decir tu nombre a los cuatro vientos
y uno a uno, desnudarte con ellos.
Yo pido permiso para registrar los matices de tu voz
en mis labios.
Pido permiso para acariciar tu piel
y envolverme en ella
hasta ya no sentir orfandad alguna ni aflicción.
Pido permiso para sostenerme en tus columnas,
pilares hechos con arena del desierto.
Pido permiso para quitarte las espinas de tus dedos
y besar sendas llamas, nuevas y quedas.
Pido permiso para trenzarte un sueño de papel
escrito con tinta indeleble, invisible e invencible,
canto perpetuo de mi alma para tu corazón.
Pido permiso de usar mis manos como un puente
entre el universo de tu vientre
y tu pezón.
Pido permiso para estar dentro de tu cuerpo,
para estar encima y dentro de tu cuerpo,
para estar debajo y dentro de tu cuerpo,
para estar a un costado y dentro de tu cuerpo.
Para dejar de existir dentro de tu cuerpo.
Para reinventarme dentro de tu cuerpo.
Pido permiso a la póstuma humedad de tu rostro
la oportunidad de entender la alegría de estar vivo.
Pido permiso a tus ojos
de capturar lo que desborde tu alma
y tenerlo y guardarlo para mí,
como un talismán que me guíe siempre hasta tu templo.
Pido permiso al tiempo
para ser siempre el hombre encargado
de hacerte cada día, cada hora,
la mujer única en el mundo que pueda yo crearte
con el corazón y mis manos.
Y puesto que todo desde antes de pedírtelo me lo has dado,
mujer, estrella, templo sagrado,
nada puedo hacer sino asegurarte que el destino
llegará incierto para ambos.
Y será un honor hallarte entre la niebla
y alegrarte en la canción del mediodía;
mirar tu pelo, que es camino que evita los infiernos,
bajo la luz del sol.
He venido para inundarte con mi silencio
esto que vibra en el aire
y se llama amor.
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