Las llamas de los dedos,
niño,
no las yemas.
El hombre nació
por el fuego de la creación.
Son soles danzantes
lo que portan, señoriales,
cada falange.
Las llamas de los dedos,
niño,
no las yemas.
Están hechas para asimilar a dios
y emularlo cantándolo uno mismo
en la vorágine creativa de tus postreros días de hombre.
A imagen y semejanza,
recuérdalo siempre.
Las llamas de los dedos,
niño,
no las yemas.
Por eso,
nunca quemes tu propio honor
magullando la perfección de las cosas
en la Tierra.
Cada movimiento
es un movimiento de fuego
y retumba en la estrella más lejana
del inconmensurable universo.
Las llamas... sí,
así.
Y ahora que lo sabes,
dedícate a contar
las historias del principio del mundo
que recordaste a la hora de la cena.
Escríbelas, dibújalas:
no siempre se tiene la inocencia
y la Casa de Luz a veces
sus ventanas le da por cerrar.
Nada, niño mío, dulce fruto de la vida.
A veces me pongo abatida.
Son palabras que tú jamás deberías pronunciar.
Las llamas de los dedos,
corazón,
no las yemas...
A mí también me gusta verte sonreír la luz.
sábado, 9 de abril de 2011
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