domingo, 10 de abril de 2011

Silueta

Mi silueta está proyectada
en el vidrio de la lavandería.
Igual si no estoy yo se mira,
como hace mucho tiempo no me veo
por aquí.

¿Es que acaso estoy tan vacía
que no puedo contenerme más
y soy silencio inaudible,
un nombre que, por encerrar el error del mundo,
unos le quieren huir
y sólo consiguen hacerme daño?

El jabón se asoma y me habla a mí.
Dice que soy susceptible
de ser lavada por todas las burbujas del universo.
Le creo,
pero no estoy segura de ser la primera
en dejar su piedra en el umbral.

Antes bien, sería un grito del mundano olvido.
Nadie me auxilió en la soledad.
Sigo esperando una verdad infalible
que plante gardenias en mi cuerpo.

Amor,
decía yo cuando era veinte y preciosa.
Amor,
lo sigo diciendo casi a los treinta,
lleno de arrugas mi corazón.

Mi silueta se proyecta sola
en el vidrio de la lavandería,
nadie me espera, nadie me espía,
nadie entiende lo que es dolerse la humanidad,
amarla sin un por qué.

Suelto mi retahíla,
me quedo vacía de palabras.

Salgo al jardín.
Es mi tambor rojo
lo que sobrevive aún después
de la desilusión más grande de mi mundo.

Acaba de pasar ante mis ojos:
la ceguera suspendió su batalla.
El dolor, la infamia,
corroen mi garganta.
La esperanza se nutre de un llanto seco,
arena atragantada, escupida, esparcida,
como polvo de estrellas nuevas
en mis pies cansados.

Mi silueta habla por su cuenta,
escribe sin tinta una carta.
Yo me detengo a reflexionar
en los eventos donde estuve,
donde no hubo dolor, amor, pasión, tristeza
o ansiedad.

Esto, quizá, debería ser vivir:
vaciarse hasta vivir;
abandonarse en el todo de una palabra pura
para poder vivir;
dejar el cuchillo y la herida recurrentes
para poder vivir;
darle un espacio a la palabra de un sabio corazón
para poder vivir.

No hay comentarios: