Quiero un amigo.
Uno que me invente galaxias,
si es preciso.
Alguien con quien pueda hablar
sin el compromiso de un beso.
Que arribe limpio, puro, sabio,
un regalo divino e inmenso
en las olas del alborotado mar de mi veintena.
Un amigo.
Uno con brazos, problemas y piernas.
La pared no es suficiente,
las bancas, los papeles, los libros,
las letras, los clichés, las vueltas alrededor de los contactos,
la misma vuelta de siempre
no son suficientes.
La filosofía, quizá,
pero anda muy ocupada con este nuevo siglo.
Un amigo.
Uno que aguante el alud de saludos míos
a la distancia o en el silencio,
da igual. Un amigo con rostro.
Uno que odie la hipocresía
y de pronto se le ocurra preguntarme
si vivo aún o si estoy medio enferma
-como hoy-.
Alguien que no me quiera adoctrinar.
Sé que pido algo así como la réplica de dios
pero en chiquito.
Nada más alejado:
desde niña creí en los imposibles.
Porque soy imposible,
escribo mi vida en vez de vivirla.
Porque soy imposible,
leo las manos muertas en tintas eternizadas.
Porque soy imposible,
aún creo en la posibilidad
de un amigo.
domingo, 24 de abril de 2011
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