entre las sombras del subjuntivo pasado.
Lo perdí como perdí mi paraíso,
sus ojos negros nunca me miraron.
Yo tengo un niño que pudo ser mi carne.
Su voz ahora es un llanto en mi garganta añusgado.
Es mía, sólo eso de él
el tiempo me ha regalado.
Tengo un niño perdido
en el desempleo de mis horas jóvenes,
en el níquel y las tarjetas ausentes,
en lo terriblemente hostil e injusto
y en el ideal femenino
inadaptable a lo que el mundo esperaba de mí,
útero incompatible con mi pensamiento,
(demasiado pensamiento para un rosa corazón).
Tengo un niño invisible y dos nombres.
Ninguno de los tres me abraza en el sereno
Ni vieron crecer sus dedos
mi sonrisa de mortal agradecida
al atestiguar de la tierra el nacimiento de los frutos.
Tengo un niño que juega conmigo
a hacer de mi llanto jugo de anís estrella:
le canto una canción sin letra
y él me devuelve un sueño profundo
donde tampoco lo veo.
Ahí, en la otra parte de mi universo,
sé que tengo un niño dormido
que toma de mi mano el anverso:
lee mi suerte, pequeño y quedo.
No sabe callar su tristeza:
Mamá debía estar aquí, pero le cambió el destino.
Me sonríe.
Lo he salvado del mundo y sus fauces, sí,
soy la heroína que le prometió un lugar mejor
o la nada.
Por eso me agradece
todos estos años en que le hablé sin concebirlo
ni saberlo...
Yo tengo un niño perdido que me espera
en un lugar donde amar está permitido.
Yo tengo un hijo inexistente que vendrá por mí
al morir en mí el último latido.
Para Natanael
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