viernes, 7 de junio de 2013

Wanderlust (III)

¿Qué dices?
¿Qué haces?
¿Por qué no andas?

Oh no,
no eres la triste de antes.

Oh, no, alguien
te ha amado.
Has rezado los himnos de la Consciencia.
Ella te ha mostrado el sendero de la Gracia
te ha dado zapatos de luz.

Ahora quemas lo agreste
sembrando girasoles al caminar.

Tus ojos plenos de algo llamado fe
(en ti antes inexistente)
me dicen que has de luchar
contra el origen de todo llanto.

Alguien, algo
te libera de mí,
ya eres menos hermosa entre los tristes.

Mi alma llora
pero por ti se alegra:
Yo, Acedia,
te di la muerte en mi reino
el día que naciste.

Y en vez de darte cardos
pinté tu camino de amarguras
sabiendo que no eras hija mía
y algún día
habrías de marcharte.

Todas las has pasado:
ayer te vi bailando,
cantándole a la Tierra
y los pasos de quien te ha dado
el motivo primigenio
de aceptar aquella otra vida.

Te robé tus hijos. Me llevé tu gloria mundana.
No lloraste con desprecio.
Amaste setenta veces siete
los rostros de tus hijos que
a ti vinieron al desierto;
te dedicaste a tejer cánticos
para una noche más fresca y benévola.
Te dejé sola.
Nunca te importó:
guerrera, habrías conseguido
lo que para otros representa el triunfo.

Te llenaste de Risamor.
Eso no lo tolero.

Desnúdate.
Yo te expulsaré
y serás dueña de tu albedrío.

Corre. No te detengas:
Luna Blanca es tu esposa.
A ella le dirás, Mujer,
que el éxodo de la amargura y la desesperanza
hoy ha culminado.

Cerrada está ya la puerta:
nunca más, mujer
el río hablando de olas negras.

Mar inmenso, ternura alada:
ahora solamente
una flor a expensas de la misma flor.

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