Alcé los brazos
para que pudieras escribir
tu fuego
en cada hueco de mi carne.
Y descubrí que sabía llorar
y sabía entender otro lenguaje.
Y procuré el silencio
traído por tu barca.
Y omití lo que sabía
porque de dolor esta inteligencia
era avezada.
Qué grande es esta tierra
donde tú mandas,
qué inmensa, la maravilla
de danzar en el aire.
Dije.
En palabras de otro mundo,
en la hora que le sobró al tiempo
para que yo supiera amarte.
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