martes, 21 de octubre de 2014

Siento que estallo
aquí, allá
en los mares de los ocho vientos
las faldas de todas las diosas
la voz anquilosada entre las piernas
la bola de luz atravesada
en un lugar llamado garganta.

Siento que lloro
que soy yo pariéndome a mí misma:
me sentí embarazada de mí
este fin de semana
un núcleo en la cabeza a punto
de explotar
como si se tratara de dejarme morir
porque ya era suficiente lección

y ahora toca sentarse frente al piano
que tanto amé desde niña
y ahora toca escribir aunque no tenga casa
y ahora toca amar aunque no tenga su rostro
para lamerlo si lo duelo
para besarlo cuando triunfa o llora.

Siento que de un momento a otro
mi país se vuelve isla
y adiós decepción
me llevo conmigo a mi niño
para que edite los textos nuevos del mundo
para que escriba su libro
su libro que se multiplica sin ser el mismo
y se vuelva el novelista de las olas
que quiso ser
la mañana del 16 de junio de 1988
cuando dejó los sindicatos.

Siento que algo me jala al pasado
porque le debo un beso a mi niña
y al joven
porque la niña debe estar mujer y voluptuosa
de besos y de ideas
de agüita para recibir vías seminales,
porque el joven sigue esperando un beso
de una princesa convertida en rana
-siempre será más divertido-
y yo no tengo nada qué perder
y por eso es que quiero perderme conmigo
siendo de él
escribiendo parábolas de amor
para las pobres olvidadas
que aún no reconocen su nombre
escrito en la arena de su único Adán.

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