Mira, no tengo la cintura que quisiste ver en mí
ni la gracia de tu hija, la mayor.
La porcelana la vendí para comprarme estos libros
esto que soy yo, no hambre de entuertos
por el maquillaje de cada día,
cremas para la dermis turgente, mariposas amarillas en el pelo.
También regalé tu aparato tonificador del abdomen
por una bandera de libertad.
Ausente de ti y con tu apellido a cuestas
transito esta hora que ya no me frena:
moriste en buen momento,
ella era hermosa y siempre lo será.
Yo era la hermana de la noche con niebla
y aún sigo esperando un faro
aunque precisamente uno estético.
Libertad, le llamaban los filósfos que deambulan
entre lo que ya te dije que me compré con mi belleza malbaratada, exigua y transitoria,
papá.
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