Aprender a preguntarte
si amaneciste con flojera
o harto
o si viajaste con la última novela
que leíste
si el shampoo no te cayó bien
si la pasta te resecó los labios
o si te arde la cortada que te hiciste
al afeitarte.
Y cuántos goles metió tu equipo, don.
Preguntarte si reíste al menos
tres minutos seguidos
si te gustó el café de la tarde
si estás como para plantar una flor
o se te antoja un gansito.
Cuál fue la pieza musical
que marcó tu día.
Decirte en voz bajita que eres guapísimo
y no espero otra cosa
excepto tu felicidad.
Poder comentarte todo eso un buen día
repetirlo, guardarlo en la bolsa
de mis ojos de treintona.
Entre mis patas de gallo
que justifican mi vejez feliz
porque al fin pudo mi alma verte.
Dejar de comentar
el yo esto, me falta lo otro
me duele aquí.
Poder decirte que te deseo
una cotidiana paz
y te mando un beso
con un trozo de mi corazón.
Aunque sea en este poema.
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