Que tus latidos apunten siempre
a derribar los muros del viento,
que tus manos arranquen la tierra
hasta volverla el prado fértil
de tus oraciones.
Que nunca se te olvide un sólo fonema
porque estás viva gracias al sonido.
Yo escuché de Dios
que nos formó con la Música.
Que entierres los fragmentos
bajo la dermis de ella
la cruel
la primera enemiga
a la que amas por inspiración
y no por lazo.
Pues débil no es
quien haya perdido su corazón
amando una y otra vez
hasta quedar seca y renacer
tres días después del último acto
sino aquella que habiendo concebido
lo hizo sin amar
y sigue tirando piedras
al fruto de su creación.
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