En la tarde vino María Sabina. Sin hongos, con el agua de peces en la planta de los pies y la mirada dulcísima formando un dique entre su historia y la que nos agobia. Llegó pronunciada por la boca de dos hombres, llegó en el prolongado escalofrío purificante:
Yo soy el libresilencio
que desata los nudos que perturban.
Yo soy la disociación de la forma
el abandono al aplauso
la abertura del sexo
como el canal donde encontrará alivio.
Yo soy la piel con hormigas marchando
el viento sucio que en el pelo se esconde.
Yo soy la vida después del trance
la creencia del amor ante sí y antes de todas las cosas.
La catarsis sin hechos
la caída del sueño de fama
del personaje hombre que no eres tú.
Yo soy la mujer espada de agua
yo soy la mujer que se abre sin miedos
y da el definitivo beso.
A la que tatuaron de palabras cuando nacida
y virgen
la acompañada por la luna
para envolverse de su misterio.
Yo soy la saciedad que se dispara
bajo los juncos y las piritas
los mares tranquilos de las almas que se hablan.
Yo soy el ritual de la palabra
la observadora silente de la gestación del sonido.
Yo soy la boca que dice la magia
la mesa llena de manjares
la sombra que se hermana con la luz
para crear la vida y respetar la verdadera Ley.
Santa Sabina llegó a la aula para curarme. Dijo que lloraría esta noche. Yo nada más siento que soy una cebolla despojándose de sus capas.
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