Yo solía tener una historia
por cada noche de insomnio.
Las tejía por las noches
y las deshacía al amanecer
para no deslavar
el encanto de la furia del ojo que no duerme.
Pero un día
decidí dormirme, junto a la tabla
que conocía todos mis secretos,
los articulados y los empacados en series de diez.
Perdí la historia en el sueño,
las letras volaron a otras camas sin dormir
y yo me quedé con el poema.
A nadie le sirve saberlo,
nada más aproveché que usted pasaba por aquí.
miércoles, 15 de junio de 2011
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