Hoy viajé a tu tierra, cuando aún era trigueña
la miés de donde comían los tuyos
y la luz dorada de tus ojos era un ceremonial
de la paz de sus bocas satisfechas.
Lo hice sin maletas,
sentada en la silla dura de madera
que me contó las vidas ajenas
visitando dimensiones
hasta dar con el sentido último
de lo que entonces era arte
y resultó que se parecía
a un beso girando sobre dos piernas que bailan.
Los muertos se levantaron.
Los marcos de las fotografías de los sesenta hablaron.
Los gitanos, despiertos, leyeron tu mano.
Los bailarines y sus arcas doradas abiertas de par en par
sus joyas brillando al compás de los giros en silencio
mostraron.
Los actores perfumaron su poesía
leyendo una oración
por toda la frivolidad del nuevo mundo.
República de danza soviética,
te llamé al llegar a tu corazón.
Y una música de instrumento electrónico
cantó tu nombre conmigo
elevando la memoria y los sentidos
hasta dar con el sueño muerto
de tu felicidad en rojo, ocres y duraznos sagrados.
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