martes, 15 de abril de 2014

Carta de amor de un anciano

Llegó a mí de nuevo la vejez este día
Amor
y te platico que todo es bello
sensual lentitud
maja con sueño tirante y luna en cello.

Yo sé que jamás te llegará este momento.
Sucede que nací vieja y es por eso
que te busco
muchacho de las altas mareas
cabello a la James Dean y luego torbellinos de plata.

Desde niña recuerdo la luz del sol
y la sé contar por décadas y días
sus sombras de abedules invisibles riendo
contando la miseria de los relojes del hombre.

De grande aprendí a prescindir de la voz
pero nunca de la música del silencio.

Eso es la vejez en mí, silencio y tiempo en tiempo real
saturnino, resplandeciente.

El cansancio es bellísimo.
Estuve este día cansada del movimiento.
Sosiego.
Vivaldi y luego nada.

Me gusta saber que alguien aquí
olvida la parsimonia de sentarse a contar
los fonemas de la noche
y luego coserlos con ecos de agua salada
papeles amarillentos.

Me gusta saber que cuando llega a mí la vejez
hay alguien tras la puerta
aguardando, la fiesta del sol en las manos.

Me gusta creer que tal vez mañana
en un momento de oficina
te escapes, niño de pinta permanente
y leas lo que fui y sigo estando.

Para que no te asustes si de pronto
la lámpara sobre mis ojos
y la gravedad del cuerpo vencido
escribiendo gotas.

Te escribo este poema, Ramón
para cuando me veas en mi esencia cansada.
También me agobio.

Pero jamás dejo de amarte.

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