El dolor se te clava en el ego,
dices.
Yo no.
Yo más bien lo siento en toda la luz que me comes
cuando destiendo el lecho
y abrazo el desierto que me has regalado.
Rocía mi frente y la frente de mi ego
con tus pestañas secas.
Hoy toca amanecer lloviznando
y en silencio.
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