Castigo y no flor:
cuántos libros y castillos de grava sucia
habrá que levantarse
para que la juventud entienda
que mil veces mejor escuchar un segundo
a tatuarse un sermón interminable
emitido por quien se cree pretor
de la verdad y la justicia.
Sin saber que ese holograma
es producto caduco:
que viva la falibilidad del sistema,
habría que gritar más seguido
lo indolente que es el espíritu
a la hora de sentarse con el señor capitalismo
y cenar a ultranza
bagajes de verdadera libertad.
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