Dormida en una eternidad de cinco horas
pensaba
al sonido de la perfección atraparía
con la espada azul de pétalos
incrustada en cada uno de sus dedos.
Pero su piel sólo abandonó el calor del sol.
Era nieve anticipada
la espesura de su aura marchita.
Salió así
del primer sueño,
los pétalos de eliodoras blancas y azules
en la boca.
Un grito amable y azul
completamente polar
se instaló en su cama de noviembre.
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