miércoles, 20 de octubre de 2010

El corazón y la música

Entendía al amanecer
como el pasatiempo de una virgen
deshojando un crisantemo naranja.
Ella lo trenzaba en las nubes hasta las siete de la mañana.

¿Hacia dónde se dirige el viento
proveniente de la boca de dios?
Se instala en los cabellos de las nubes de octubre,
enrojece los ojos de quien platica con él
e inunda el corazón de los árboles que dormirán muy pronto.

Quise igualarlo.

Sólo pude reconocer que mi brazo izquierdo será sólo hierba de julio;
el derecho, el bolígrafo del cuaderno de visitas de un museo silente;
mis pestañas, nubes tenues visibles
en un avión póstumo procedente de otro país;
mi boca, un río juguetón que no verá las plantas de mis nietos correr
pues sólo habrá aire y su carne estará distante;
y mi cabello, los límites
entre el mar devorador de galaxias cercanas
y el cielo lloviendo las cenizas de mis padres,
mis abuelos y lo que he sido en esta vida.

Y he sido nada,
como un átomo de la estrella más lejana
de este fragmento de cosmos.
Una suerte de polvo volador
condensado en este paralelo semidesértico.

Entendía al amanecer
como el pasatiempo de una virgen
deshojando un crisantemo naranja.
Tal vez en otra vida intenté hacer lo mismo.

Ahora que mi humanidad ha sido sobrepasada
por todo lo que me nombra y no me pertenece aún siendo mío
me conformo con abrazar el aroma
de la fragilidad del corazón y la música.

1 comentario:

Javier F. Noya dijo...

Seremos la identidad del todo y la individualidad de la nada. Bellas metáforas, este poema tiene imágenes que nos columpia suavemente hacia esa toma de conciencia de ser sólo un poco y por poco tiempo, tanto como la noción de dios. Besos.