El papel cobra vida
se posesa del nombre de quien los pare
después de las siete.
Anchos, largos, pequeños y altos
de cuché o albanene,
viajan todos a aquella ciudad artificial de un mismo trazo
afilan sus lenguas fuente
para las sangrías del contrario morder ferozmente.
Es el cohecho de los egos papelizados,
sacramento que brinca de la hostia al lomo
y del lomo a la silla ergonómica que los sostiene.
Los miro,
tinta azul en mis córneas.
Proclamo en silencio y libremente:
"Bienaventurados aquellos cuyos nombres ya resaltan:
ellos no sienten más
el temor que sintió mi pluma
cuando servía de escalpelo a los sentidos
ni el vacío que hospedó a mi cuerpo
tanto tiempo
hasta desembocar en este viaje
que ha ungido a mi autonomía
como apta para nadar entre las olas bermejas
de este lugar policondominado de luces dispersas que me abraza
y le da un trozo de tierra
a mi solitario reino".
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1 comentario:
¿Y quién te dijo que ya no sienten miedo? Siempre hay un estilete escondido en el adverbio por venir, una razón tránsfuga que puede dejarlos solos frente al próximo enigma, y ahí los querría ver.
Bella forma de expresar el temor de nuestras ignotas letras, de su posible condena a un cesto, a un disco duro remplazado a desgano, en fin, al definitivo olvido. Besos.
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