El sonido de la luz
aparece
cada vez que tiembla la pestaña
de una joven crepitante de amor.
Así fuimos enseñadas
una a una y como en cordón umbilical
las mujeres existentes sobre la faz de este mundo.
Ahora que nada queda
persiste el sonido de la luz.
Lo oigo correr de prisa
en cada molécula de aire tibio
en la soledad de una banca a las ocho
en el tráfico imparable de mi ciudad.
Alguien se ha equivocado:
O la tradición oral rompió su cadena
en alguna Eva sorda
o entonces la luz canta, ajena y sonora
persista el amor o la amargura
se detenga el mundo por la guerra
o caiga envenenado de tanto dulce magenta.
Da lo mismo. Yo lo oigo.
El sonido de la luz
aparece
cada vez que tiembla cualquier pestaña.
Se vuelve madre única
en lapsos de turgencia infinita.
Seca la savia que recorre el ojo.
Canta para llenar los espacios que habita mi nada.
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