martes, 2 de noviembre de 2010

El sonido de la perfección. IV (Crisantemos).

Yo tuve hambre y me dieron crisantemos.
Tuve sed y tomé su jugo en el desierto con espinas de opiniones y omisiones vivas.
Tuve miedo y su blancura tapó mis ojos.
Sentí la nada y su blancura magnificó la ausencia.
Tropecé y su tersura se burló de mi raspada piel.
Tuve frío y sus pétalos cubrieron mis piernas.
Bajé mi cabeza y coronaron mi derrota.

Como nieve prematura
la piel de aquellas flores congelaron mi carne.

Notas delgadas al pie de sus corolas
dejan postdatas escritas
por el sonido de la perfección.

Él viaja en un símbolo azul
en el cielo no escrito.
La fragilidad de la flor que derrota mi ego
acompaña las vocales de mi nombre.

Me volveré a dormir,
regresaré toda pertenencia al cosmos
con tal de hacer mío un segundo
el sonido de la perfección
y escribirlo humildemente
en el espacio inicialmente dedicado
a este poema.

1 comentario:

Javier F. Noya dijo...

El instante de la perfección, ¿vale la pena? Esas flores son juez y parte que acicatea las carencias para agigantar el amor lejano. Si es lejano, ¿es amor? En fin, bello poema, dulce. Besos.