"Eres malo",
sentencia el sable apagado del creador novato.
Estaba en paz
antes de tus palabras.
Capturaba la nada
y la nada era mi alimento.
La meditación es un engaño
el mantra repetido, inservible
los ayunos, tiempo malgastado
cuando se es aprendiz
de cualquier cosa.
Yo también quise adueñarme de la nada.
Descubrí las estrellas y mi voluptuosidad
se volcó en la piel del universo.
Escuché a los astros de noche girar
y de inmediato envidié su música.
Me confesé ante mi Mentor
de haber perdido la humildad
y desear con vehemencia humana
captar el sonido de las cosas
innombrables, rebautizables
en tiempo y espacios no muertos.
Bajé mi cabeza para recibir el castigo
como desertor de la sabiduría:
"niégame la perpetuidad,
mi nombre bórralo de entre la tropa en guerra contra sí misma
pero no me niegues la música
del universo en silencio".
Vuelve cuando lo desees,
me dijo.
La sabiduría no se atrapa,
se seduce.
Debes saber cantar para conocerla despierta.
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