El aprendiz de sabio espera aprender a no esperar nada.
Cierra su puño cuando la noche se alza:
aspira a captar la nada.
Es entonces cuando el universo le sonríe.
Da una bocanada de luz oscura
se iluminan sus pulmones de cuentos remotos y tiernos.
Pero cuando el milagro ocurre,
hay mirlos que evocan el abrazo de su madre.
La tierra le juega una broma,
humedece su suelo para mostrarse buena y serena.
Ahora, el aprendiz espera no olvidar la inocencia.
Mueve su silueta como dirigido
por una cósmica orquesta.
Mueve sus caderas como jugando a hurtar las pesadillas;
desentierra sus pies y los regala
a la paz del letárgico mundo.
Mueve su alma y expande sus límites
hasta chocar con los límites del poeta.
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