Como un regalo sideral
llegó tu manto suave a cobijar mi alma de lija.
Pude atrapar el sonido
de la fragilidad perfumada
aquella noche de cielo repleto
de pétalos blancos.
Yo no te soñé.
Tampoco envié una carta hasta Andrómeda
pidiendo la turgencia de tus dedos
en mi espalda
y eres el puño que entierra mis dolores,
la carne que enciende mis deseos;
el sonido que borra mis silencios
tan pesados
tan clavados
como espinas en los muslos,
los ojos y los labios
otrora enterrados en turbias aguas
antes de ver la luz azul de tu faro liberando mi cuerpo.
Eres el regalo sideral
que la vida trajo a mi puerto.
Si yo perdiera tu poesía
como he perdido todo cuanto quise
aún sin ser mío
sólo por tenerlo corazón adentro,
entonces,
reclamo por adelantado
que este canto de agua bendita
y su torbellino salado
no vuelva a entrometerse en mis sueños.
Que no cante.
Que no respire.
Que no exista.
Como inexistente estaba antes.
Como cuando yo estaba muerta
y la vida era una película vieja
remendada por el ayer.
Ruego entonces y desde un eterno ahora
en el altar ataviado de tus añiles
y la poesía de mis magentas
se construya un largo camino de flores
Para que vuelvas a mí.
Para llegar de rodillas donde se erige tu dios supremo
y rogarle
por el milagro de nuestra fusión extrema.
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